Un
hombre, una mirada y un final sorprendente, son los tres ingredientes de esta
narración de Eddy Fernández Llanes que forma parte de un libro en proceso de
edición.
EL PODER DE LA MIRADA
Autor: EDDY FERNÁNDEZ LLANES
¡Eres un maldito Gafe! Era la expresión que
rondaba la existencia de Marlon desde hacía
dos meses, cuando a Manuel se le había
volteado encima la taza de café humeante. No era la palabra Gafe lo que en aquel
momento le molestó, desconocía su
significado; fue el tono, la furia contenida y la mirada de reproche que su
mejor amigo y colega en los negocios, le lanzó en rostro antes de darle la
espalda. Durante varios días trató de explicarse aquella conducta inesperada e
ilógica, a la cual Elena, no le había dado mayor importancia. ¿Gafe, qué es un
Gafe? Buscó en el diccionario y sólo encontró una simple y escueta definición: Persona que acarrea mala suerte. ¿Cómo
era posible que Manuel le diera ese calificativo, especialmente a él, con quien
había hecho lucrativos negocios durante muchos años? ¿Mala suerte él que era
saludable, aún joven, con fortuna y una hermosa mujer que le amaba? No obstante,
algo bullía en su interior, la palabra Gafe, repercutía una y otra vez en su
mente como un martillo persistente, hasta que decidió de una vez por todas
acabar con aquella incómoda sugestión.
Comenzó a buscar información sobre los gafes
a quienes la literatura mencionaba como tipos,
por lo general, gibosos, posiblemente
bizcos, de caminar torcido, piernas muy
arqueadas, con protuberancias en la frente
y una barbita de chivo; en resumen, individuos que sembraban desgracias
y accidentes durante muchos años, ignorando ,por lo general, su condición. ¡Pura
leyenda, ignorancia o fantasía!, dijo Marlon, mientras se miraba en el espejo y
sonreía irónico buscándose las
prominencia en la frente.
Transcurría el tiempo y Manuel no aparecía,
no contestaba sus llamadas, ni respondía sus correos, sólo un emisario,
designado por su amigo, atendía aspectos del negocio común; cada vez le
intrigaba más esa actitud y como no podía tener respuestas directas a sus dudas, intentaba hallarlas profundizando
en el tema y comenzó a leer cuanto encontraba sobre el “Mal de Ojo”, “El Poder
de la Mente”, “La dinámica de la Mirada”,
“Los Maleficios”, “Los Conjuros”, “Las Plantas Maléficas” y hasta “El Vudú”. Según penetraba en estos misterios
esotéricos, su inquietud se acrecentaba ante cada descubrimiento, con asombro
leyó cosas que alguna vez, sin proponérselo, habían pasado por su mente o
alguien había mencionado.
Pasaba
las noches en vela o aparentando dormir; disímiles
recuerdos comenzaron a aflorar en su memoria: aquel viaje que dieron él y Manuel a una provincia lejana, cuando el
avión se desplazaba en la pista comenzó
a temblar como si se desarmara, con nitidez recordó como reían al bajar de la nave y ver
las gomas deshechas; o aquella tarde en que Elena casi se ahogaba en la playa, o aquel descarrilamiento absurdo
en un viaje a Santiago; uno a uno rememoraba incidentes, a veces paradójicos o
banales, que durante años habían
ocurrido en su entorno, sin darles importancia.
Comenzó a tener pesadillas, sueños brumosos y horripilantes.
De pronto se veía transportado en un rústico trono de madera por un grupo de
hombres semidesnudos que penetraban en el bosque entre gritos y alaridos, era como viajar en una alfombra
mágica, y allí, en medio de la espesura, encontraba a cientos de conjurados, quienes
al llegar él, comenzaban a entonar cantos desconocidos, tocar tambores y bailar desenfrenadamente, mientras
los brujos e hechiceras, danzaban también, delirantes, entre los posesos; era
una demencia, un trance colectivo, donde
los cuerpos se contorsionaban hasta acabar arrastrándose, semejando serpientes
gigantes .
Otras veces aparecían dos ojos enormes y
brillantes y le seguían a todas partes, en una constante persecución
que no cesaba; se despertaba empapado en sudor y encontraba a Elena, despierta
a su lado con esa mirada cariñosa y comprensiva habitual en ella. Sentía pena,
bochorno, hacia su mujer que resistía
todo en silencio, ayudándole a cada momento y soportando estoicamente aquella
situación irracional. Fue ella quien le convenció para visitar a un brujo famoso en la comarca; el hechicero
esgrimiendo el asta de un toro, le pidió su pañuelo y lo introdujo en el tarro,
le echó agua y comenzó a batirla con fuerza, sacó el pañuelo y le mostró múltiples burbujas pegadas en el interior del cuerno. Una a una
fue eliminando aquellas perlas que tenían, según él, aprisionada la salud de
Marlon y le recetó utilizar resguardos. (Continuará...)
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