domingo, 17 de agosto de 2014

FIESTA DE LA IMAGINACIÓN

Un hombre, una mirada y un final sorprendente, son los tres ingredientes de esta narración de Eddy Fernández Llanes que forma parte de un libro en proceso de edición.

EL PODER DE LA MIRADA

Autor: EDDY FERNÁNDEZ LLANES

¡Eres un maldito Gafe! Era la expresión que rondaba la  existencia de Marlon desde hacía dos meses, cuando a Manuel  se le había volteado encima la taza de café humeante. No era la palabra Gafe lo que en aquel momento le molestó,  desconocía su significado; fue el tono, la furia contenida y la mirada de reproche que su mejor amigo y colega en los negocios, le lanzó en rostro antes de darle la espalda. Durante varios días trató de explicarse aquella conducta inesperada e ilógica, a la cual Elena, no le había dado mayor importancia. ¿Gafe, qué es un Gafe? Buscó en el diccionario y sólo encontró una simple y escueta definición: Persona que acarrea mala suerte. ¿Cómo era posible que Manuel le diera ese calificativo, especialmente a él, con quien había hecho lucrativos negocios durante muchos años? ¿Mala suerte él que era saludable, aún joven, con fortuna y una hermosa mujer que le amaba? No obstante, algo bullía en su interior, la palabra Gafe, repercutía una y otra vez en su mente como un martillo persistente, hasta que decidió de una vez por todas acabar con aquella incómoda sugestión.

Comenzó a buscar información sobre los gafes a quienes la literatura mencionaba como  tipos, por lo general,  gibosos, posiblemente bizcos,  de caminar torcido, piernas muy arqueadas, con protuberancias en la frente  y una barbita de chivo; en resumen, individuos que sembraban desgracias y accidentes durante muchos años,  ignorando ,por lo general, su condición. ¡Pura leyenda, ignorancia o fantasía!, dijo Marlon, mientras se miraba en el espejo y sonreía  irónico buscándose las prominencia en la frente.    

Transcurría el tiempo y Manuel no aparecía, no contestaba sus llamadas, ni respondía sus correos, sólo un emisario, designado por su amigo, atendía aspectos del negocio común; cada vez le intrigaba más esa actitud y como no podía tener respuestas directas a  sus dudas, intentaba hallarlas profundizando en el tema y comenzó a leer cuanto encontraba sobre el “Mal de Ojo”, “El Poder de la Mente”, “La dinámica de la  Mirada”, “Los Maleficios”, “Los Conjuros”, “Las Plantas Maléficas” y hasta  “El Vudú”. Según penetraba en estos misterios esotéricos, su inquietud se acrecentaba ante cada descubrimiento, con asombro leyó cosas que alguna vez, sin proponérselo, habían pasado por su mente o alguien había mencionado.

Pasaba las noches en vela o aparentando dormir; disímiles recuerdos comenzaron a aflorar en su memoria: aquel viaje que dieron  él y Manuel a una provincia lejana, cuando el avión se desplazaba en la pista comenzó  a temblar como si se desarmara, con nitidez recordó como reían  al bajar de la nave  y  ver las gomas deshechas; o aquella tarde en que Elena casi se ahogaba  en la playa, o aquel descarrilamiento absurdo en un viaje a Santiago; uno a uno rememoraba incidentes, a veces paradójicos o banales, que durante años  habían ocurrido en su entorno, sin darles  importancia.

Comenzó a tener  pesadillas, sueños brumosos y horripilantes. De pronto se veía transportado en un rústico trono de madera por un grupo de hombres semidesnudos que penetraban en el bosque entre gritos y  alaridos, era como viajar en una alfombra mágica, y allí, en medio de la espesura, encontraba a cientos de conjurados, quienes al llegar él, comenzaban a entonar cantos desconocidos, tocar  tambores y bailar desenfrenadamente, mientras los brujos e hechiceras, danzaban también, delirantes, entre los posesos; era una demencia, un trance  colectivo, donde los cuerpos se contorsionaban hasta acabar arrastrándose, semejando serpientes gigantes .

Otras veces aparecían dos ojos enormes y brillantes y  le seguían a  todas partes, en una constante persecución que no cesaba; se despertaba empapado en sudor y encontraba a Elena, despierta a su lado con esa mirada cariñosa y comprensiva habitual en ella. Sentía pena, bochorno, hacia su mujer que  resistía todo en silencio, ayudándole a cada momento y soportando estoicamente aquella situación irracional. Fue ella quien le convenció para visitar a un  brujo famoso en la comarca; el hechicero esgrimiendo el asta de un toro, le pidió su pañuelo y lo introdujo en el tarro, le echó agua y comenzó a batirla con fuerza, sacó el  pañuelo y le mostró múltiples burbujas  pegadas en el interior del cuerno. Una a una fue eliminando aquellas perlas que tenían, según él, aprisionada la salud de Marlon y le recetó utilizar resguardos. (Continuará...)

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