domingo, 24 de agosto de 2014

Señor, Hazme sentir cada día, que ahora mismo es el momento más importante de mi vida, Que no te importa en donde estoy, si es en mi hogar o con mi familia, en la escuela o caminando por parques y calles, oficinas, comercios, visitando amigos o vecinos. No importa si estoy con alguien o si estoy solo, en este mismo instante, ya esté trabajando, leyendo o estudiando, o me esté divirtiendo, jugando, descansando, relajado y tranquilo, este momento es el más tranquilo de mi vida.

Me daré un buen banquete espiritual en este momento, el más importante de mi vida, disfrutaré de la oración, con gratitud a mi Señor, del paisaje, la puesta y salida del sol, la noche de luna estrellada, la bóveda celeste, y también la adoración en la iglesia, la meditación en el templo, la comunión con Cristo y con mis hermanas y hermanos de la comunidad cristiana.

Hoy, y ahora mismo, es el momento más importante de mi vida, voy a disfrutar de mi fortaleza y claridad mental, de mis pensamientos llenos de energía y los más altos ideales y sublimes sueños, de esperanza y paz, de nobles sentimientos,  de actos de caridad y de práctica de la justicia con la clemencia y moderación.

Hoy es el momento más importante de mi vida, pero no rechazo el pasado porque me ha dado experiencia, valores, tradición viva de bendiciones.

El futuro por venir, pero no lo desprecio porque estoy en las manos de Dios, vivo en su presencia cada momento, nunca podré estar más cerca de Dios que ahora mismo. En Dios vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser. Estoy sereno y confiado en la providencia divina que me llena de su gracia ahora mismo y en cada momento.

Estoy alerta y cada día despierto en su viva y amorosa presencia en mi, siento su cercana compañía y abro mi corazón con fe a sus bendiciones.

Ahora mismo y en este momento abro mi mente y presto atención a las ricas oportunidades de ser útil y servir, ayudar, acompañar, comprender, estimular, alentar a los que necesiten de mi porque soy un canal de amor y gracias del Señor, que me enseña "Por cuanto lo hiciste a uno de mis pequeñitos, los más humildes, a mi mismo lo hiciste"(San Mateo 25¨31-45).

Repíte de corazón mentalmente siempre: Señor, hazme consciente que ahora mismo es el momento más importante de mi vida.Amé
n.

IGLESIA EPISCOPAL DE CUBA, DIÓCESIS ANGLICANA
CALLE 6  NO, 273 ENTRE 11 Y 13 VEDADO, PLAZA, LA HABANA.CUBA
 
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martes, 19 de agosto de 2014

Llegó tan entusiasmado a la casa que de inmediato  comenzó a buscar por todas partes un rosario que  se colgó al cuello, una medalla con la efigie de un santo que guardó en un bolsillo y un azabache que escondió baja la almohada. Comenzó a sentirse mejor, dormía más tranquilo, no obstante consiguió pezuñas, colmillos, quijadas y hasta piel de animales que acomodó en el cuarto junto a su cama. Una tarde, en una ceremonia singular, hizo una hoguera donde quemó laurel, sándalo, hinojo, cera de velas que habían alumbrado las noches de un jueves y viernes  Santos, y, al final, excrementos  secos de varios animales.

¡Por fin se sentía bien! Llegaba la paz, reía a menudo, tarareaba viejas canciones, bromeaba con Elena. Tomados de la mano, salían por los alrededores  de aquel paraje tranquilo, apacible y acogedor que rodeaba la mansión. Un día,  Marlon acopió todos los resguardos y los botó a la basura, menos  el rosario que siempre colgaba de su cuello.

Todo parecía volver a la normalidad hasta aquella fatídica tarde en que Elena llegó con su sobrina quien traía  su bebé en brazos; Elena lo tomó en los suyos y se lo entregó sonriente; en ese momento Marlon tuvo dudas, temores, pero cargó el niño que de pronto comenzó a gemir, sollozar hasta que terminó chillando, inconteniblemente, nada logró calmarlo, cuando ya casi lo lograban la madre y su tía, él se acercó levemente y  el pequeño irrumpió de nuevo en un llanto desconsolado. Aquella tarde Marlon no dijo nada, vagaba por la casa como errante de sí mismo y a partir de ahí cayó en una melancolía extrema. Ya no era sólo los sueños y pesadillas: de día y despierto escuchaba crujir los muebles, traquetear las ventanas, golpes en las puertas y  aquella  mirada perenne que no le abandonaba nunca; le parecía que todos le huían o miraban con recelo; comenzó a tener palpitaciones, falta de aire y mareos momentáneos. Elena trata por todos los medios de entretenerlo, de estimularlo, pero todo era inútil.

Fue aquella tarde tormentosa, en que su mujer había salido a buscar víveres, cuando todos los ruidos formaron un concierto fatídico, y en la puerta principal se  comenzaron  a escucharse golpes rítmicos que no  paraban. Elena le había dicho que no abriera la puerta aunque tocaran ¡No te acerques a ella! Le aconsejó enfática,   pero él  no podía resistir aquella tentación, aquel  raro impulso que lo acercaba  cada vez más hasta que puso la mano en el pasador y tiro fuerte. Dos enormes sapos saltaron hacia dentro  y Marlon quedó horrorizado  ante aquellos  cirios negros encendidos sobre cruces de igual color sembradas entre decenas de pequeños ataúdes embadurnados de grasa requemada  sobre conejos y gallinas degollados. Sintió un fuerte dolor en el pecho,  comenzó a convulsionar, cayó al suelo, trató de arrastrarse hacia dentro y quedó inmóvil.


La lluvia golpeaba el ataúd, los sepultureros lo  bajaban solemnemente mojados. Elena, estática, dejaba correr el agua por todo el cuerpo, sin abrir el paragua que sostenía cerrado en la mano; dio la propina a los trabajadores y regresó a la casa. Tras de sí fue dejando cada  pieza de ropa hasta llegar al baño donde durante largo tiempo dejó caer el agua caliente sobre el cuerpo aún frío por la lluvia. Se secó lentamente, fue a la cómoda, sacó de una gaveta un blúmer negro, lo observó y lentamente se lo puso, tomo una bata de dormir también negra, traslúcida y la dejó caer sobre los bellos hombros; volvió a meter la mano y extrajo una pequeña muñeca de trapo atravesada por muchos alfileres, caminó con ella hasta el baño, la lanzó en la taza, tiró del resorte, mientras escuchaba unos rítmicos toques en la puerta.

domingo, 17 de agosto de 2014

FIESTA DE LA IMAGINACIÓN

Un hombre, una mirada y un final sorprendente, son los tres ingredientes de esta narración de Eddy Fernández Llanes que forma parte de un libro en proceso de edición.

EL PODER DE LA MIRADA

Autor: EDDY FERNÁNDEZ LLANES

¡Eres un maldito Gafe! Era la expresión que rondaba la  existencia de Marlon desde hacía dos meses, cuando a Manuel  se le había volteado encima la taza de café humeante. No era la palabra Gafe lo que en aquel momento le molestó,  desconocía su significado; fue el tono, la furia contenida y la mirada de reproche que su mejor amigo y colega en los negocios, le lanzó en rostro antes de darle la espalda. Durante varios días trató de explicarse aquella conducta inesperada e ilógica, a la cual Elena, no le había dado mayor importancia. ¿Gafe, qué es un Gafe? Buscó en el diccionario y sólo encontró una simple y escueta definición: Persona que acarrea mala suerte. ¿Cómo era posible que Manuel le diera ese calificativo, especialmente a él, con quien había hecho lucrativos negocios durante muchos años? ¿Mala suerte él que era saludable, aún joven, con fortuna y una hermosa mujer que le amaba? No obstante, algo bullía en su interior, la palabra Gafe, repercutía una y otra vez en su mente como un martillo persistente, hasta que decidió de una vez por todas acabar con aquella incómoda sugestión.

Comenzó a buscar información sobre los gafes a quienes la literatura mencionaba como  tipos, por lo general,  gibosos, posiblemente bizcos,  de caminar torcido, piernas muy arqueadas, con protuberancias en la frente  y una barbita de chivo; en resumen, individuos que sembraban desgracias y accidentes durante muchos años,  ignorando ,por lo general, su condición. ¡Pura leyenda, ignorancia o fantasía!, dijo Marlon, mientras se miraba en el espejo y sonreía  irónico buscándose las prominencia en la frente.    

Transcurría el tiempo y Manuel no aparecía, no contestaba sus llamadas, ni respondía sus correos, sólo un emisario, designado por su amigo, atendía aspectos del negocio común; cada vez le intrigaba más esa actitud y como no podía tener respuestas directas a  sus dudas, intentaba hallarlas profundizando en el tema y comenzó a leer cuanto encontraba sobre el “Mal de Ojo”, “El Poder de la Mente”, “La dinámica de la  Mirada”, “Los Maleficios”, “Los Conjuros”, “Las Plantas Maléficas” y hasta  “El Vudú”. Según penetraba en estos misterios esotéricos, su inquietud se acrecentaba ante cada descubrimiento, con asombro leyó cosas que alguna vez, sin proponérselo, habían pasado por su mente o alguien había mencionado.

Pasaba las noches en vela o aparentando dormir; disímiles recuerdos comenzaron a aflorar en su memoria: aquel viaje que dieron  él y Manuel a una provincia lejana, cuando el avión se desplazaba en la pista comenzó  a temblar como si se desarmara, con nitidez recordó como reían  al bajar de la nave  y  ver las gomas deshechas; o aquella tarde en que Elena casi se ahogaba  en la playa, o aquel descarrilamiento absurdo en un viaje a Santiago; uno a uno rememoraba incidentes, a veces paradójicos o banales, que durante años  habían ocurrido en su entorno, sin darles  importancia.

Comenzó a tener  pesadillas, sueños brumosos y horripilantes. De pronto se veía transportado en un rústico trono de madera por un grupo de hombres semidesnudos que penetraban en el bosque entre gritos y  alaridos, era como viajar en una alfombra mágica, y allí, en medio de la espesura, encontraba a cientos de conjurados, quienes al llegar él, comenzaban a entonar cantos desconocidos, tocar  tambores y bailar desenfrenadamente, mientras los brujos e hechiceras, danzaban también, delirantes, entre los posesos; era una demencia, un trance  colectivo, donde los cuerpos se contorsionaban hasta acabar arrastrándose, semejando serpientes gigantes .

Otras veces aparecían dos ojos enormes y brillantes y  le seguían a  todas partes, en una constante persecución que no cesaba; se despertaba empapado en sudor y encontraba a Elena, despierta a su lado con esa mirada cariñosa y comprensiva habitual en ella. Sentía pena, bochorno, hacia su mujer que  resistía todo en silencio, ayudándole a cada momento y soportando estoicamente aquella situación irracional. Fue ella quien le convenció para visitar a un  brujo famoso en la comarca; el hechicero esgrimiendo el asta de un toro, le pidió su pañuelo y lo introdujo en el tarro, le echó agua y comenzó a batirla con fuerza, sacó el  pañuelo y le mostró múltiples burbujas  pegadas en el interior del cuerno. Una a una fue eliminando aquellas perlas que tenían, según él, aprisionada la salud de Marlon y le recetó utilizar resguardos. (Continuará...)

lunes, 11 de agosto de 2014


Recuento de pérdidas y añoranzas

Por José Antonio Michelena

Hace apenas unos días, en Lawton, cuando pregunté por un puesto de venta de papas, me dijeron que estaba unas cuadras más adelante, frente al cine Erie. Caminé en esa dirección, y al llegar, comprobé que ya no había papas, ni tampoco existía el Erie, sino apenas una construcción ruinosa. Donde había un cine ahora hay una herida, en el entorno y en la memoria.

La Habana es una ciudad llena de heridas. Apenas hay un sitio en la urbe que no las muestre. Lo peor es que la memoria de los habaneros también lo está. Toda una diversidad de edificios, calles, lugares, espacios que solo existen en nuestra memoria lacerada.

La muerte de los cines es una de las heridas que más nos duelen, que no cicatrizan. Las ruinas y ausencias de unos –Capri, Campoamor, Rex-Duplex, Moderno, Tosca, Ideal, San Francisco…– y la inexistencia funcional de casi todos los otros, convertidos en almacenes, oficinas, locales de danza o teatro, nos crea una sensación inefable, entre la pena y la rabia.

Pero hay otras pérdidas igualmente lastimosas, como la Peña de Teresita Fernández y el Anfiteatro, en el Parque Lenin –donde cantaron Joan Manuel Serrat, Santi Castellanos, Luis Gardey, Dean Reed–, los Paragüitas de Prado, la red de clubes, las piscinas públicas, los campos deportivos, las librerías, las tiendas, o los parques de diversiones.

Los fantasmas de los restaurantes son similarmente persistentes y angustiantes, quizás de los peores, porque aún “existen”, pero sin alma, sin el sabor que les dio fama: El Polinesio, El Mandarín, La Carreta, El Cochinito, El Conejito, El Emperador, La Torre, La Bodeguita, El Centro Vasco, Taramar… ¿Adónde fueron aquellas paellas, arroces, caldos, fabadas, platos paradisíacos? 

Porque si hay un campo que ha sufrido la erosión y los cambios de las últimas décadas ha sido la gastronomía. Para no ir tan atrás, en la década de 1960 el consumo de pastas se hizo popular con el auge de las pizzerías. Enormes colas se hacían para acceder a las mismas, pero valía la pena el tiempo invertido para degustar aquellas lasañas, espaguetis y pizzas cuyos precios y calidades se extraviaron años más tarde. La popularidad de las pastas no ha decrecido, pero “aquellas” pizzerías solo habitan nuestros recuerdos. 

Los sesenta también vieron florecer los restaurantes llamados Mar-Init, repletos de alimentos del mar. Recordarlos ahora es uno de los ejercicios más atormentadores, otra herida en la memoria. Langostas, camarones, calamares, cangrejos, ostiones, pargos y agujas se nos confunden en sueños y pesadillas con seres mitológicos.

En los setenta llegaron los Pío-Pío, especializados en pollo. En algunos lugares, sustituyendo a los Mar-Init, en otros, en nuevos espacios. Fueron muy bien acogidos y rápidamente se hicieron muy populares. Sus amplias canchas siempre estaban concurridas por adictos al pollo frito y la cerveza.

El extendido consumo de la cerveza en la población cubana y su expendio en bares, cafeterías y restaurantes reclama una crónica aparte, pero no puede dejar de mencionarse a las cerveceras en esta relación de pérdidas, las llamadas “piloto”, tan parecidas a las cantinas de las películas norteamericanas del oeste –por la violencia que allí se desataba– que su desaparición fue un alivio ambiental. Sin embargo, alguna de ellas –como la enclavada en la llamada Feria de la Juventud, en Plaza– se echa en falta.

En realidad, el expendio de cerveza a granel tuvo un inicio afortunado en La Habana, con la creación de “La Taberna checa”, en la calle San Lázaro, durante los sesenta. El líquido era de óptima calidad y el ambiente agradable, quizás un intento de establecer en la ciudad algo así como los pubs británicos. Pero entre aquella taberna y las pilotos hubo una diferencia sideral, como entre una sinfonía de Mozart y un reguetón.

Si las pilotos dejaron un mal recuerdo y, por tanto, no forman parte de la añoranza, tampoco las “hamburgueseras” que invadieron La Habana en el punto más caliente de las crisis, en los noventa. Ellas se apropiaron de los espacios de restaurantes y cafeterías y llegaron para ofrecer algo cuando no había prácticamente nada que llevar a la mesa, pero aquella mezcla de soya y carne dudosa nunca fue bien recibida. Fue un recurso de sobrevivencia como las ollas colectivas en los refugios.

La última mutación de los espacios vio nacer a los restaurantes vegetarianos, los que languidecieron en poco tiempo, hasta finalmente desaparecer, entre la desidia administrativa y, quizás, la falta de costumbre de los cubanos de consumir vegetales. La esquina de Infanta y San Lázaro es un muestrario de esas mutaciones. Quien pase por allí podrá sentir la vibración de esos fantasmas –con El Caballero de París incluido– en un local que aún no sabe cuál será su próximo destino. 

En el siglo pasado–en 1928–, se desató una polémica en la prensa habanera por los nombres de las calles de la ciudad, muchas de las cuales habían sido renominadas. Ocho años después, un proyecto del historiador Emilio Roig restituyó la mayoría de los nombres antiguos. Pero veintidós de esas calles conservaron el nuevo. La población, sin embargo, siguió utilizando la nominación tradicional: Galiano, Reina, Belascoaín, Prado, Monserrate, Egido, Cristina, Infanta…, todas ellas asentadas en la memoria y las costumbres.

La gente se negó a llamar Avenida de Italia a Galiano, Padre Varela a Belascoaín, Avenida del Presidente Menocal a Infanta, o Avenida de Bolívar a la calle Reina. En muchas de ellas conviven los rótulos más antiguos y los posteriores, contribuyendo a la confusión del caminante. 
Similarmente, los habaneros dan puntos de referencia fantasmales en la ciudad: El Pio Pío de la Víbora, el Ten Cent de Galiano (tienda Trasval), Sear (actual Palacio de la Computación en Centro Habana), El Picadero y El Golfito (en Alamar), Feíto y Cabezón (ferretería de la calle Reina), el cine Martha (en Arroyo Naranjo) y muchísimos más.

Nombrar lo que ya no existe es acaso una forma de resistencia de la memoria, una manera de lidiar con sus heridas y contener la añoranza por tantas pérdidas. (Tomado del sitio La esquina de Padura de la agencia de prensa IPS, con el permiso del autor)

sábado, 9 de agosto de 2014


DOS EXTRAÑOS EN LA CAPITAL

Una vez oímos un dicho de que a los hombres cuando llegan a los 70, también a las mujeres por si nos lee algún ortodoxo en la cuestión de los géneros, se les perdona todo. No sabemos si será verdad o mentira, no sabemos si la apertura de este blog nos llevará en fin a aceptar o negar la anterior aifirmación.

De manera que desde hace algunos meses dos "sesenta añeros " y "setenta añeros", decidimos enrolarnos en esta aventura con el espírtu de un quinceañero, si eso fuera posible, en fin "chachareando", que es una manera muy criolla de conversar. 

Como todo buen hombre que se precie de haber vivido unas cuantas décadas nosotros nos proponemos dejar constancia, más que de nuestra estancia por esta tierra, la de otras personas que han nacido o vivido aquí, o han, de alguna manera hecho historia, mímima o máxima por este pedazo de terruño que cariñosamente damos el dulce nombre de Cuba.

Pero como hemos vivido lo suficiente permitido según la ciencia, no nos detendremos en lo que hemos visto, vivido o nos ha sido contado, sino que trataremos de ir más allá,  sin rumbo fijo como dice la letra de una canción tradicional.

Así es que en este ajiaco criollo no faltará nada que nosotros creamos de interés pero como dos abuelos no  bastan , las puertas de esta casa están abiertas para todos aquellos que quieran colaborar en esta tarea.

Nuestros padres y abuelos decían , y no les faltaba razón, que el movimiento se demuestra andando. Y por eso, a modo de tarjeta de presentación, desde La Habana, a un costado del Capitolio, estampamos nuestros nombres:

  • Eddy Fernández Llanes, sesenta añero, periodista jubilado, hiperquinético, natural de San Nicolás de Bari.

  • Pedro Jesús  Herrera Echavarría, setentañero, también periodista jubilado, natural de Santa Clara, vestido siempre de la paciencia china que le dejó de herencia el padre de su abuela.   

viernes, 1 de agosto de 2014


EL DÍA QUE SIMÓN DÍAZ QUISO ENTRAR AL OLYMPO

Autor: PEDRO J HERRERA ECHAVARRÍA

Hace poco, para mí hace nunca, murió  el venezolano Simón Díaz, quien fuera compositor, cantante, actor, comediante y productor de radio y televisión.

En 60 años, yo no sé cuántas obras tendrá este llanero pero hay una escrita de manera accidental que se cuenta fue su principal tarjeta de presentación al pedir su admisión al Olimpo de la música. Se trata de “Caballo Viejo”, con traducciones a 12 idiomas, más de 350 versiones y ocupar un lugar entre las veinte más grabadas de la historia de la música.

Y como los dioses pidieron más pruebas, agregó las versiones que hicieron el cubano Roberto Torres y su Charanga en 1981, los Corraleros del Majagual, con la voz de Armando Hernández en ritmo sabanero, los Gypsy Kings, Celia Cruz, Paloma San Basilio, Julio Iglesia, Rubén Blades, Gilberto Santa Rosa, los instrumentales de Ray Conyff y Richard Clayderman , etcétera, etcétera..

Quizás después de esa larga perorata, los dioses aún no estaban del todo complacidos y a nuestro amigo Simón no le quedó más remedio que contarle la historia de esa composición.
Surgió al calor de encontrarse el autor, con 52 años, con una linda cantante llanera de 19 años  en la ciudad de San Fernando de Apure, en los llanos venezolanos.

Como suele suceder, el travieso Cupido hizo que entre ambos brotara eso que llaman amor a primera vista, y el galán ni tardo ni perezoso comenzó a improvisar versos para expresarle sus sentimientos.

Y cuando más florido eran los versos y mayor la felicidad del cantautor, salió al ruedo a responderle un joven llanero que inicio un contrapunteo y cuya controversia duró más de una hora.

En ese dime que te diré, el jovencito dejó bien claro que era el prometido de la joven y Díaz cerró aquel fraternal duelo con esta honda reflexión: “caballo viejo no puede perder la flor que le dan / porque después de esta vida no hay otra oportunidad”.  

A la mañana siguiente, con sus versos revoloteándole en la cabeza, Simón Díaz compuso la canción, la grabó en un álbum homónimo y pronto pasó a formar parte, primero, del folclore venezolano antes de hacerse internacional.

Después de la historia no hubo dudas y los dioses le dieron en una gran ceremonia la silla merecida, mientras que de fondo se oía “Caballo Viejo”, pero en la voz de otro cubano, Barbarito Díez, con esa forma íntima de interpretar un tema, que de todas maneras nos ha tocado una o no sé cuántas veces a los que hemos pasado la barrera de los cincuenta y más.



DE FIESTA LA IMAGINACIÓN

Así dice una frase de una de las composiciones que interpretaba Vicentico Valdés, cuya autora es la prolífica Marta Valdés. Inspirado en ella es que abrimos este espacio para que aquellos que peinan canas se inspiren y nos manden sus relatos y como decía Gracián, mientras más breves, mejor.

No obstante también pudieran ser un poco más largos, no extremadamente, para ponerlos en varias partes, siempre que valga la pena hacerlo. Nos interesa sobre todo el tema, de ahí que también invitamos a los más jóvenes para que escriban acerca de sus abuelos, padres o algún personaje de su infancia o adolescencia que les haya impresionado, tanto vivos como ya fallecidos.

Este cuento que traemos hoy, para romper la inercia, es de uno de los dos fundadores de este blog y lo ponemos a su consideración. Gracias por la atención.   

El Viejo Felo

AUTOR. EDDY FERNÁNDEZ LLANES

Ya no tengo fiebre ni dolores. La muerte me ha abandonado. Por la tarde me darán el alta. Miro la cama junto a la ventana y la veo vacía.

-¿Dónde estará el viejo Felo? -pregunto a la enfermera que acaba de llegar.

-¿Felo? -¿quién es Felo?

-El viejito desdentado que todos los días me narraba desde su ventana el juego de pelota de los muchachos.

-¿En qué cama estaba ese Felo? -dice la enfermera asombrada.

-En aquella, respondo, indicando hacia el lugar.

-Ahí no ha estado ningún anciano, había un hombre joven que ayer murió, contesta la enfermera con desgano.

-Eso no es posible -pienso mientras recuerdo nítidamente las narraciones beisboleras que fueron un bálsamo en mis horas de peligro.

Por la tarde me dan el alta, bajo del hospital, miro al frente y lo primero que veo es a Felo en un bicitaxi. Le hago señas, y viene hacia mí. Cuando llega, no tengo dudas, es él. Monto, le doy la dirección y  digo:

-¡Oiga!, señor, no se ponga bravo -¿puede decirme cómo se llama usted?

Mientras pedalea, vuelve levemente el rostro y me dice:

-Félix, pero me dicen Felo.

Una alegría extraña me invade y le pregunto:

-¿Usted no estuvo ingresado hace poco en este hospital? 

El viejo para el triciclo, se torna hacia mí, y con una sonrisa en sus encías desnudas dice:

-¡Qué va, hombre, yo no me enfermo nunca!