jueves, 31 de julio de 2014

La imaginería popular cubana ha dado la santidad a Amelia Goiry, conocida popularmente por La Milagrosa, y cuya tumba en el cementerio de Colón, es visitada por cientos de creyentes cada año.

En su último lugar de descanso  siempre hay flores frescas que le traen sus fieles, junto a cartas de agradecimiento por los favores recibidos que van desde el regreso a la casa del cónyuge, de la cura de una enfermedad, de la visa para ir a visitar a un familiar en el exterior y cuántas necesidades satisfechas de distintas índoles.

¿Quién fue esta mujer  y cómo se formó esta leyenda hecha profunda creencia dentro del pueblo cubano de San Antonio a Maisí y que incluye desde el más humilde obrero hasta el profesional más destacado?

La vida de Amelia Goyri, nacida en La Habana en 1879, se inscribe dentro de las mejores páginas del romanticismo. Se dice que desde muy temprana edad, algunos afirman que desde los siete años, sintió inclinación por su primo José Vicente. Los padres de Amelia se negaron a formalizar esa relación pues, como se decía entonces, aspiraban a que el marido de su hija fuera un hombre de mayor solvencia económica.    
    
Sin embargo, aprovechando cualquier oportunidad que se le presentaban o quizás por medio de cartas, los jóvenes no cejaron en su idilio.

A la edad de 13 años, Amelia sufrió la muerte de su madre, y su padre, para no dejarla sola en la casa, decidió llevarla para la mansión de doña Inés, tía de la muchacha y casada con el español don Pedro de Balboa, Marqués de Balboa.

A esto se unió la partida de José Vicente hacia los campos de batalla para luchar por la independencia de Cuba de la dominación colonial española.

 La admonición del progenitor era clara y precisa: ojo vigilante sobre la chica, nada de salidas irregulares y si consagración y estudio como correspondía a “una joven decente y educada” de aquellos tiempos. Creyó el buen señor que en ese otro hogar, la  adolescente pasión se perdería entre los amplios corredores de aquella casona situada en Egido, entre Apodaca y Gloria, conocida como el Palacio de Balboa (1). En realidad, en cada momento libre o cuando ponía la cabeza sobre la almohada, Amelia  sólo tres pensamientos venían a su mente: el recuerdo de la madre fallecida, añorar regreso de su amado vivo y sano delos campos de batalla y poderse unirse a él con la bendición familiar.   
       
 Con el grado de capitán, regresó José Vicente a la capital, más maduro, más hecho pero cada día tomando mayor altura el amor que sentía por Amelia. A lo que se sumó que ya habían fallecido tanto el padre de Amelia así como el Marqués de Balboa.

Los enamorados en toda época son atrevidos por lo que José Vicente visitó a Doña Inés, le habló de la pureza de sus sentimientos y la tía no tuvo reparos en aprobar esa relación.  

Primero fueron años de noviazgo, luego los esponsales. La felicidad merecida parecía tocar a su puerta pero el destino tejía una historia diferente: Amelia moría al año siguiente en la sala de parto junto a su criatura. Contaba con 24 años de edad.  

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